viernes, 11 de abril de 2014

¡Pobre palmera!.

          "El que antes de su muerte ha plantado un árbol, no ha vivido inútilmente."

          La sembramos junto a un seto de transparentes o siempreverde, en el camino de entrada a la casa, y allí permaneció varios  años casi sin crecer, al abrigo de este arbusto.
          Cuando el seto fue arrancado y quedó sola, su crecimiento se aceleró y le brotaron nuevas hojas.
          Cada año la podábamos, operación que resultaba más complicada a medida que ganaba altura, su tronco se hacía más robusto y sus hojas más grandes.
          Pero hace unos dos años observé que algo le estaba pasando porque las hojas se habían inclinado hacia un lateral.
          Con la ayuda de una escalera, porque ya la altura era considerable, subí a la copa para ver lo que estaba ocurriendo ahí arriba. Tiré de una de las hojas y se desprendió del tronco.
              Una vez en el suelo contemplé que se habían formado unos huecos en la vaina o parte donde se ensancha el peciolo, y que estaban ocupados por una especie de ovillo hecho con las fibras extraídas de la propia hoja.
              Abrí esta especie de capullo y extraje de su interior una larva de un tamaño considerable.
          Subí nuevamente y comprobé que la mayor parte de las hojas del cogollo estaban afectadas. Las fui arrancando una a una, y empezaron a aparecer ejemplares adultos de escarabajo.  
            De esta manera se confirmó lo que ya sospechaba, la palmera había enfermado al ser colonizada por el escarabajo Picudo rojo. De cada hoja que arrancaba salían más y más larvas.
          Pedí asesoramiento y me informaron de que esta plaga estaba afectando a palmerales de toda España. Al parecer fue introducida en 1993, por palmeras infectadas procedentes de Arabia Saudí, que habían entrado en el país vía Egipto.
          Me recomendaron que hiciera un tratamiento con Confidor, en repetidas ocasiones, y dio resultado pues el cogollo volvió a brotar y conseguí que se recuperara.
          Pero al año siguiente volvió a enfermar, volví a tratarla y sanó una segunda vez, sin embargo de la tercera ya no se recuperó y después de tantos años al final murió.
          Junto a ese tronco muerto quedan muchos recuerdos de acontecimientos vividos desde mi niñez, parecidos a los que refleja la canción de Alberto Cortez: Mi árbol y yo.